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Rembrandt Harmenszoon van Rijn (1606-1669) Tobit con Ana y un cabrito (detalle) |
Tobit(1) era un hombre bueno y justo. Al contrario que muchos de sus compatriotas deportados a Nínive, como él, siempre siguió fielmente la Ley: había respetado y amado a sus padres como amaba y respetaba a su mujer, Ana, a su hijo Tobías y a los demás miembros de su familia; comía alimentos puros; daba limosna; entregaba los diezmos; peregrinaba a Jerusalén; y se ocupaba personalmente de enterrar a los muertos. Esto último precisamente, enterrar a los muertos -esencial para la mentalidad judía- fue lo que le causó problemas en más de una ocasión; como la vez en que, desafiando la autoridad de Senaquerib, había dado sepultura a los cadáveres de algunos de sus hermanos de raza que el rey de los asirios había ordenado matar.(2) Aquella acción fue la causante de que tuviera que huir precipitadamente de la ciudad, porque al enterarse Senaquerib quiso castigarle matándolo a él también. Sin embargo, menos de cuarenta días después, el propio rey fue asesinado por dos de sus hijos y Tobit pudo volver a Nínive. Salvó la vida, aunque todos sus bienes habían sido confiscados pasando al tesoro real.
Aún así, sumido en la pobreza, seguía manteniendo las tradiciones. Algún tiempo después, para celebrar la fiesta de Pentecostés, pidió a su hijo Tobías que saliera a la calle y si encontraba "algún pobre que se acuerde de Dios con todo su corazón" lo trajera a casa para que comiera con ellos. Pero el hijo regresó diciendo: "Padre, han asesinado a uno de los nuestros y su cuerpo yace en la plaza del mercado. Acaba de ser estrangulado". Y Tobit hizo lo que se podía esperar de él:
Me levanté sin haber probado la comida, tomé el cadáver de la plaza y lo dejé en un cobertizo para enterrarlo cuando se pusiera el sol. Entré de nuevo, me lavé y comí con amargura, recordando las palabras del profeta Amós contra Betel: "Vuestras fiestas se convertirán en luto y todos vuestros cantos en lamentaciones". No pude reprimir las lágrimas.Cuando se puso el sol, fui a cavar una fosa y enterré el cadáver. Los vecinos se burlaban de mi diciendo: "Este no escarmienta. Tuvo que escapar cuando lo buscaban para matarlo por enterrar muertos y vuelve a la tarea".(Tobías 2, 4-8)
Pero aquella misma noche, después de haber dado muestras una vez más de su bonhomía, aparecen las primeras manifestaciones de la enfermedad que tanto sufrimiento causaría a Tobit, la ceguera. Ceguera que él atribuye a que cayeron sobre sus ojos los excrementos de unos gorriones:
Aquella noche, después de bañarme, salí al patio y me recosté en la tapia, con la cara descubierta porque hacía calor. No había advertido que sobre la tapia, encima de mí, había gorriones. Sus excrementos aún calientes me cayeron sobre los ojos y me produjeron unas manchas blanquecinas. Acudí a los médicos para que me curasen; pero cuantos más remedios me aplicaban, más vista perdía a causa de las manchas; hasta que terminé totalmente ciego.(Tobías 2, 9-10)
La incapacidad que la ceguera le produce lleva a Tobit a un estado de tristeza infinita, la tristeza a la ofuscación y ésta a los conflictos familiares, en concreto, con su esposa Ana. Sucedió que, dada la situación, era Ana la única que podía aportar algunos ingresos a la familia, tejiendo lana. Un día, el cliente, además de darle toda la paga, le regaló un cabrito. Ya en casa, Tobit oyó balar al cabrito. Pensando mal, llamó a su mujer y le preguntó: "¿De dónde ha salido ese cabrito? ¿No será robado? Devuélvelo a su dueño. No podemos comer cosas robadas". (Tobías 2, 13). Ese es el momento que representa el cuadro de Rembrandt, del que mostrábamos un detalle al iniciar esta entrada y ahora podemos contemplar en su totalidad.
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Rembrandt Harmenszoon van Rijn (1606-1669). Tobit con Ana y un cabrito (1626) Óleo sobre tabla. 39,5 x 30 cm. Rijksmuseum. Amsterdam |
Son muchos los artistas que, a lo largo de los siglos, han pintado en sus cuadros diferentes escenas del libro de Tobías; pero, entre ellos destacan especialmente Rembrandt y algunos de sus discípulos, como Gerrit Dou y Barent Fabritius. Este último es el autor de los dos cuadros siguientes, que representan el momento posterior en la narración bíblica; cuando Ana, con gesto airado y de reconvención, enfadada por la actitud de su marido, le replica: "Dónde están tus limosnas y buenas obras? Ya ves de qué te han servido". (Tobías 2, 14).
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Barent Fabritius (1624-1673). Tobías y su mujer (1654) Óleo sobre lienzo. 64 x 70 cm. |
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Barent Fabritius (1624-1673). Tobit y su esposa Ana con un cabrito (c.1667) Óleo sobre lienzo. 43,5 x 56,5 cm. |
También se le atribuía a Barent Fabritius, hasta hace poco, el cuadro siguiente; pero, como los que veremos después, es del maestro Rembrandt, tal como acredita la propia web de la National Gallery de Londres. Realmente, no debería incluir estos cuadros aquí, porque -salvo el último, el grabado- corresponden a una parte mucho más avanzada del texto, cuando los ancianos esperan el regreso de su hijo Tobías... No aparecen el cabrito (podemos imaginarnos cual fue su destino), ni el perro, que se fue con el joven Tobías cuando éste se marcha de viaje. Sin embargo, los incluyo porque ilustran muy bien la tristeza, el abatimiento, la desesperación del ciego Tobit.
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Rembrandt Harmenszoon van Rijn (1606-1669). Ana y el ciego Tobit (c.1630) Óleo sobre tabla. 63,8 x 47,7 cm. The National Gallery. Londres |
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Rembrandt Harmenszoon van Rijn (1606-1669) Tobit y Ana o Tobit y su esposa esperando a su hijo (Tobías 10,1-7), 1659 Óleo sobre tabla. 40,3 x 54 cm. Museum Boijman van Beuningen. Rotterdam |
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Rembrandt Harmenszoon van Rijn (1606-1669). Filósofo meditando (1632) (Posiblemente otra representación de Tobit y Ana) Óleo sobre tabla. 28 x 34 cm. Museo del Louvre. París |
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Rembrandt Harmenszoon van Rijn (1606-1669). El ciego Tobit (1651) Aguafuerte y punta seca. 16 x 12,9 cm. |
Tan desesperado estaba Tobit que llega a desear su muerte, y se la pide a su Dios mediante la oración que reproducimos a continuación:
Eres justo, Señor, y justas son tus obras; siempre actúas con misericordia y fidelidad, tú eres el juez del universo. Acuérdate, Señor de mí y mírame; no me castigues por los pecados y errores que yo y mis padres hemos cometido. Hemos pecado en tu presencia, hemos transgredido tus mandatos y tú nos has entregado al saqueo, al cautiverio y a la muerte, hasta convertirnos en burla y chismorreo, en irrisión para todas las naciones entre las que nos has dispersado.Reconozco la justicia de tus juicios cuando me castigas por mis pecados y los de mis padres porque no hemos obedecido tus mandatos, no hemos sido fieles en tu presencia.Haz conmigo lo que quieras, manda que me arrebaten la vida, que desaparezca de la faz de la tierra y a la tierra vuelva de nuevo. Más me vale morir que vivir porque se mofan de mí sin motivo y me invade profunda tristeza. Manda que me libre, Señor, de tanta aflicción, déjame partir a la morada eterna. Señor, no me retires tu rostro. Mejor es morir que vivir en tal miseria y escuchar tantos ultrajes.(Tobías 3,2-6)
Afligido por la incapacidad que le produce su ceguera, humillado por las burlas de la gente, Tobit desea morir. Pero en ningún momento se plantea siquiera quitarse la vida. Él se lo pide a su Dios y, convencido de que se lo concederá, dispone lo necesario para que su familia quede en la mejor situación posible. Por eso le encomienda a su hijo Tobías que viaje a Ragués, en Media, donde vive su pariente Gabael, de quien ha estado separado durante la dominación asiria. Gabael tiene guardado dinero de Tobit. Un dinero con el que podrán mantenerse algún tiempo su hijo y su mujer, Tobías y Ana. Además, debe acudir a Ecbatana para contraer matrimonio con Sara, también pariente suya, y así cumplir la tradición familiar. Pero de ese viaje de Tobías, y de los sucesos extraordinarios que durante el mismo acontecieron, ya hablaremos en próximas entradas. Para finalizar ésta sólo queda tratar sobre dos cuestiones más. Primero, brevemente, sobre la situación de la medicina entre los antiguos hebreos. Segundo, sobre cuál podría haber sido, realmente, la causa de la ceguera de Tobit.
Para la mentalidad judía antigua la enfermedad se debía a un designio divino, y sólo de Dios procedía su curación. En consecuencia, la labor del médico en esa sociedad carecería de sentido. Serían los sacerdotes, desde que así se estableció para Aarón, el hermano de Moisés, y sus descendientes, los que se encargarían, no de curar, sino de decidir quien estaba sano o enfermo, puro o impuro. Todo se entendía sometido a la voluntad divina. Pero, lo cierto es que médicos ha habido siempre entre los judíos (siglos después, un buen número de ellos se contarán entre los mejores profesionales de la historia de la medicina). El propio Tobit hace referencia a ellos, aunque sólo sea para constatar su ineficacia. En los tiempos antiguos, la profesión de médico -si se puede llamar así- limitada a practicar pequeñas curas y aliviar males menores, no era bien considerada. Más adelante, sin embargo, esa consideración mejoró y en el Eclesiástico, por ejemplo, un libro escrito hacia el 180 a.C., podemos leer lo siguiente:
Honra al médico por los servicios que presta, que también a él lo creó el Señor. Del Altísimo viene la curación [...]. La ciencia del médico le hace erguir la cabeza, y es admirado por los poderosos. El Señor hace que la tierra produzca remedios, y el hombre prudente no los desprecia. [...] Él es quien da la ciencia a los humanos, para que lo glorifiquen por sus maravillas. Con sus medios el médico cura y elimina el sufrimiento, con ellos el farmacéutico prepara sus mezclas. Y así nunca se acaban las obras del Señor, de él procede el bienestar sobre toda la tierra. Hijo, en tu enfermedad, no te desanimes, sino ruega al Señor que él te curará. Aparta tus faltas, corrige tus acciones y purifica tu corazón de todo pecado. Ofrece incienso, un memorial de flor de harina y ofrendas generosas según tus medios. Luego recurre al médico, pues también a él lo creó el Señor; que no se aparte de tu lado, pues lo necesitas: hay ocasiones en que la curación está en sus manos. También ellos rezan al Señor, para que les conceda poder aliviar el dolor, curar la enfermedad y salvar tu vida.(Eclo 38,1-14)
Esto dice el Eclesiástico, aunque el último de estos versículos relativos al médico y la enfermedad, en principio, por lo menos, nos deja pensando... "El que peca contra su Hacedor ¡caiga en manos del médico!" (Eclo 38,15).(2)
En cuanto a la verdadera naturaleza de la ceguera de Tobit, insistiendo, una vez más, en que el Libro de Tobías no es un libro histórico, parece poco probable que los excrementos de unos gorriones cayeran de forma tan abundante y con tan mala fortuna que afectaran a ambos ojos... La mayoría de los autores que se han ocupado del tema coinciden en señalar que la causa más probable de la ceguera de Tobit fueran la catarata. Algunos han propuesto una enfermedad infecciosa, como el tracoma, pero la sintomatología de ésta no se corresponde con lo que hemos podido leer en el texto bíblico.
Notas:
(1) El pasado 29 de abril de 2012, en este mismo blog, se publicaba la primera entrada de esta serie con el título: "El Libro de Tobías: un interesante documento para la medicina y el arte", a la que se puede acceder pulsando directamente sobre el título. En ella, se hace una introducción al tema y se presenta a los personajes principales.
(2) En realidad, según los exégetas, la frase "caiga en manos del médico" podría interpretarse con más propiedad como "caiga enfermo". Y esto, en la traducción del texto griego. La traducción del hebreo nos dice: "Peca contra su Hacedor el que se hace el valiente contra el médico". (Cf.: Nota a pie de página a Eclo 38,15, en la Versión Oficial de la Conferencia Episcopal Española, Sagrada Biblia, 2011, p.1.153)